miércoles, 19 de junio de 2013

Historia de la Prostitución Segunda parte




  
   Historia de la Prostitución
     En los cincuenta años transcurridos entre 1436 y 1486 se produjeron en la ciudad de Dijon, ciento veinticinco casos de violación cuyo epílogo fue fatalmente el de otras tantas mujeres destinadas a trabajar en los prostíbulos, aún contra su voluntad expresa. Considerando que seguramente muchas de las violaciones  realmente sucedidas pueden no haber sido denunciadas por vergüenza, por temor a las represalias,  o  por  acuerdo económico  con los victimarios, estos atentados deben haber sido muchos más. Convengamos en que si se producían  no menos de veinte violaciones cada año, en relación con las dimensiones poblacionales de las urbes de la época, la cifra resulta muy significativa para determinar el grado de inseguridad reinante. El modus operandi era el siguiente: un grupo de no más de quince muchachones, generalmente menores de veinticinco años, de distintas condiciones sociales (artesanos, jornaleros, etc.) asaltaba la casa de una mujer y "a cara descubierta, mezclando brutalidades y empujones, amenazas e injurias, violan a su presa allí mismo,  a veces delante de uno o dos testigos aterrorizados, o bien arrastran a la mujer por las calles y la arrojan en una casa cómplice donde se dedican a su solaz durante toda la noche" (ibid). Víctimas especialmente elegidas para esta costumbre salvaje eran las concubinas de los clérigos, condición que distaba de ser excepcional ya que el 32% de los bastardos legitimados en Sicilia correspondía a hijos de sacerdotes.
     Los vecinos no intervenían prácticamente nunca, con lo cual el  clima de inseguridad imperante para determinados sectores femeninos de la sociedad resultaba difícilmente tolerable, salvo por la existencia de los prostíbulos, que contribuían a resguardar la integridad de las mujeres que quedaban.
     Las jóvenes de esta manera arrojadas a la prostitución no se sentían culpables de su comercio,  asistían a misa con sus rosarios y  escapularios, se confesaban y eran muy generosas con la limosna. Además, con el tiempo, y luego de pasar por unacarrera que transcurría sucesivamente por la compañía secreta de viejos y ricos, la casa de baños y el burdel municipal, alcanzaban la integración social por medio del trabajo doméstico al servicio de alguna familia, y hasta llegaban a contraer matrimonio.
     Por otro  lado es interesante conocer la composición de la clientela que concurría a  baños públicos y burdeles:  hombres de dieciocho a cuarenta años, de todas las condiciones sociales, hacia quienes el personal de justicia, en sus escritos, no mostraba la menor animadversión. Los hombres casados concurrían a los baños públicos  que eran más caros, mientras en los burdeles de Dijon el 20% de la clientela estaba integrada por clérigos. Al respecto aclara Rossiaud (ibid) que no parece que "el hecho de que los curas frecuentaran a las prostitutas fuera considerado como verdaderamente escandaloso (...).  El objeto de escándalo  -para todos-, era que el cura viviese en concubinato o requiriese los buenos oficios de una celestina". Por cierto que la condena social del cura concubino no era suficiente para erradicar tal pauta entre los sacerdotes alcanzados por los cánones gregorianos (recordemos que en Oriente y en el sur de Italia, los clérigos de rito bizantino se casaban).
  Los jóvenes se veían impulsados socialmente a concurrir al prostíbulo para dar pruebas públicas de  su normalidad social y fisiológica. En pocas palabras, la concurrencia al burdel no era mal vista en ningún caso, salvo que el cliente permaneciera varias noches seguidas en él, "haciendo ostentación".
     El status relativamente positivo de las prostitutas se apoyaba en la  convicción de que, como vimos,  se trataba de una situación obligada y no de una opción, y además,  en la certeza de que las pobres constituían el único reaseguro de la castidad de las demás vecinas de la ciudad. Función derivada no sólo del hecho de concitar hacia el prostíbulo el deseo de los varones, con lo que se controlaba parcialmente el impulso masculino general  dejando a salvo a las demás mujeres, sino también porque se convirtieron en las personas "más activas en la persecución de las muchachas secretas y de las esposas depravadas, a las que amenazaban con la denuncia" (ibid).   
     No hay que sacar  conclusiones apresuradas en cuanto a la tranquilidad en la vida de estas pobres mujeres, ni en cuanto a su aceptación social: cada tanto estallaba una campaña persecutoria, generalmente debida a la interpretación supersticiosa de algún mal colectivo y natural (sequías, inundaciones, malas cosechas, epidemias). Otra razón para que se desencadenara la persecución era el paso por la ciudad de algún predicador inflamado (figura tan común en la época). Generalmente las acusaciones de éstos apuntaban a la brujería, rapto, seducción de jovencitos, etc. ya que "la prostitución o el proxenetismo no constituían de por sí faltas determinantes de una reacción social"(ibid).
     Sea como fuere estos datos nos llevan a pensar que existía una particular facilidad para descargar las tensiones agresivas de la sociedad en el objeto sexual más explícito de la época. De donde podemos concluir, creo que sin abuso especulativo, que en esta etapa histórica tampoco se quebró la continuidad de la línea de las diversas formas de represión sexual.
     Tanto en los períodos anteriores, como en éste que nos ocupa, algunos teólogos intentaron, con gran timidez, rescatar el valor del placer sexual.  Inclusive algunos de ellos, y en muy limitadas circunstancias, insinuaron tolerar la anticoncepción. Fueron suficientes estos trémulos atisbos de liberalidad para que una sociedad que contaba con una fuerte tradición pagana llegara a caracterizarse por una gran permisividad, la cual desaparecería de todas maneras bastante rápidamente durante el Renacimiento, que es, por ejemplo, cuando se manifestó una creciente descalificación y rechazo de la prostitución. La Reforma, con su intransigente austeridad, provocó una reacción convergente en la Iglesia Católica. Reforma y Contrarreforma pusieron contra la pared a  ministros concubinos, prostitutas y proxenetas. Actitud restrictiva que se reforzó con la llegada de la sífilis a Europa. Las pautas rígidas anotadas son, a la vez, pruebas de algunos hábitos sexuales de la época, así los manuales para los confesores incluían preguntas como las mencionadas por Bresc (1988)"¿Has tomado a tu mujer como las bestias, por detrás? (...) ¿Has consumado el acto fuera, para no tener hijos?".
     Según Rossiaud (1984), entonces "la prostitución no murió (...) pero se volvió más cara, más peligrosa y rodeada de relaciones vergonzosas".

Con respecto a otras manifetaciones de la sexualidad, Bresc (ibid) ha señalado la relativa frecuencia de la sodomía en España y en el norte de Italia: "en Venecia se queman de uno a diez sodomitas anuales". El mismo autor comenta:"¿homosexualidad? Sin duda, pero también prácticas sustitutorias llevadas a cabo por grupos más aislados y menos violentos que los de las ciudades rodanianas", aquellas que consideramos al hablar de la prostitución en la Francia medieval.
     La sexualidad extraconyugal  solía conducir  a un concubinato prolongado y monogámico de un noble con una mujer enamorada que así quedaba marcada moral y socialmente, aunque sus hijos, por más que fueran calificados de bastardos podían alcanzar cierto prestigio como para ser considerados "fuertes, violentos, astutos, fogosos en la guerra y en el amor, temidos y respetados" (ibid)
      Insensiblemente nos hemos ido internando en el período que, aceptando la nomenclatura de Shorter (1984), denominaremos de la familia tradicional.
   

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