La familia
haraganeaba en las piezas de la casa que corrían a lo largo del primer patio.
El señor leía, en el escritorio, el diario de su partido político. El niño, en
el comedor, iba y venía, tratando de aprenderse de memoria unos versos impresos
en un libro que había puesto sobre la mesa y que miraba de rato en rato. La
señora, en el cuarto de estar, pensaba. Las dos niñas se movían de un cuarto al
o ro para embromar al hermano o para reírse de la abuela, que, en el cuarto de
estar, sacaba solitarios. Era en pleno verano y hacía calor. En las piezas
había esteras. Y todos vestían incompletamente, en mangas de camisa el papa y
el muchachito y sin medias y en chancletas la madre y la abuela. Y de lo alto
de las puertas colgaban esteras, para impedir que entrase el sol.
El sirviente,
un criollo de pelo rizado, que calzaba alpargatas y venia de la puerta de
calle, donde se pasaba las horas, Ilam6 con las manos a la entrada del cuarto
de estar. -¿Que pasa, Trabuco? -Acaba de llegar a caballo don Jeronimo, acompañado de una morenita que tiene aire de ser su
hija. -Que vengan acá y avísale al señor. Oy6se en el patio de baldosas el
ruido, seco y fuerte, de las espuelas de Jer6nimo Valdemoros. Y todos, para
verlos aparecer, reunieron se en el cuarto de estar. La visita interesaba mucho
a la familia. Jer6nimo era un gaucho que vivía gratuitamente, a unas veinte
leguas al sur de la pequeña capital de provincia, en un campito de don Cosme
Salcedo, el dueño de casa. Jer6nimo, que era caudillo en la comarca, podía contar
hasta con doscientos gauchos, doscientos votos para las elecciones. Cuando en
la ciudad se realizaba una manifestaci6n de los opositores, uno de cuyos
líderes era Cosme Salcedo, senador provincial, Jer6nimo desfilaba a la cabeza
de sus doscientos paisanos. Fidelidad de perro sentía por su patr6n. Era un
hombr6n de espaldas formidables, cuerpo s6lido, manos y pies enormes. Se movía
con lentitud y miraba con una fijeza triste. Hablaba una que otra palabra, como
con esfuerzo. Era muy moreno. Adoraba no s6blo a Cosme sino a su mujer,
Damiana, a las dos niñas, Rosa y Teresa, y a Juan Cosme, el muchachito de
quince años. Decídase de Jer6nimo que tenía "dos muertes", pero su
bondad convencía de que fueron en defensa propia. Jer6nimo, que vestía bombachos
y poncho, calzaba botas y llevaba unas enormes espuelas, dio la mano a Cosme y
a los demos de la familia, sin pronunciar palabra, algo turbado y con el
sombrero en una mano. -iY a que se debe esta visita, Jer6nimo? No te esperaba.
-El patrón se ha olvidado. .. no ricuerda que le prometí darle a m'hija? Usted
mesmo me la pidió. Y aquí se la traigo. Esta es m'hija, po. Todos miraron a la
gauchita. Vestía una falda y una bata de percal, y lievaba trenzas y calzaba
alpargatas. Era gordita y fea. Muy turbada, permanecía con los ojos en las
baldosas. Traia un envoltorio en la mano, que debía ser de ropas. -- C6mo te
llamas? -le pregunto Damiana. Tardaba en responder y hubo que repetirle la
pregunta. –Esclavitud ... dijo ella poniéndose colorada. Los tres niños rieron
con estrépito. Cosme, que solo había sonreído,
los mir6 con
enojo y les orden6 callar. A la muchachita, se le humedecieron los ojos. -gY de
donde sacaste ese nombre tan fierazo, Jeronimo? -La madre se llama ansina, y lo
mismo se llamaba la aguela, que en paz descanse. Pero no ej sensatamente como
contesto m'hija. Su verdadero nombre es María de la Esclavitud. Pocas palabras
mas hablaron. La edad de la gauchita, catorce aijos, sorprendió porque
representaba mis. Jer6nimo iba a despedirse de Damiana y la abuela. Con la mano
extendida, que Damiana demor6 un poquito en tomarle, dijo: -Doña Damiana, le
entrego a m'hija. Cuídeme la, señora, enséñele lo que necesita saber, trátela
con dureza si no anda derecha y... No tengo mas que decir. Don Cosme y usted,
señora, son sus dueños. Hago esto por pobreza y por el bien de m'hija. Y
también porque se que ustedes necesitan a su lado gente buena, de confianza,
que los respeten y quieran como a sus mesmos padres. Esclavitud se llev6 a los
ojos un pañuelito. El gaucho se le acerco, la beso y le dio un abrazo, después
de decir a los señores: -Con permiso. Cosme dijo que Esclavitud seria bien
tratada, y agrego: -Vamos al escritorio, Jeronimo, a conversar de nuestros
asuntos. Esclavitud entr6 en el cuarto de estar, rodeada de todos los demás de
la familia. Damiana se repantig6 en el sofá y, sin hacer sentar a la gauchita,
se dispuso a interrogarla. II -iQu6 sabes hacer? Contéstame, pues, hijita. No
te voy a comer
Necesito que
me digas para que servís, qu6 sabes hacer... -Es una taimada -opino la abuela.
-4Que quiere, mami, que sepa -intervino Juan Cosme, ni se ha pasado la vida en
un rancho? Como no había modo de arrancarle una palabra, la señora dijo: -Si
nada sabes te enseñaremos. Aquí tenes que trabajar, no como en el campo, donde
seguramente pasabas el día tumbada en la cama o sentada en una silla tomando
mate. Sabes lo que es ser "dada"? No sabes ? Pues quiere decir que
pertenec6s a tus patrones en alma y cuerpo y para toda la vida. No tendrás
sueldo, porque no estas conchavada.*
Sos dada.
Podemos pegarte, mandarte al asilo si te portas mal. No podes protestar, ni irte de esta casa. Sos dada. Si te escaparas, te haríamos buscar y traer por la Policía.
Ahora que sabemos cual es tu condición te mandare al cuarto que vas a ocupar.
Las sirvientas te enseñaran a lavarte y yo saldré a comprare ropa, porque con
esas mugres no podes andar. Esclavitud apenas había levantado los ojos del
suelo. Estaba asustada, terriblemente asustada. Todas las cosas que veía en el
cuarto eran no. vedadas para ella y la intimidaban tanto como sus patrones.
Damiana ordeno a una de sus hijas que tocara el timbre. Esclavitud, al oírlo,
dio un salto. Rieron todos largamente. Apareció una de las sirvientas. -Antes
de que te vayas, quiero decirte que para vos el entrar en esta casa, y en
condici6n de dada, es una suerte, es como sacarte la lotería. Vas a vivir bien.
Comerás de todo, no solo un zoquete, como allí en el rancho. Nosotros somos muy
buenos, pero tendrás que obedecer nos, trabajar con gusto, no ser taimada, ni hurañía.
La sirvienta se la llev6 para adentro. Damiana salio a comprarle ropa. Como la
tienda quedaba enfrente, pronto volvi6. La recibi6 la sirvienta con la noticia
de que Esclavitud se negaba a darse un baño de lluvia. Allí fue Damiana. -¿Te
gusta la ropa, parece? O tenes miedo porque tal vez nunca te has bañado en tu
vida? No seas tan campirifia, tan bruta... Esclavitud, con los ojos lacrimosos,
acept6. Y entro en el cuarto de baño, temblorosa y sollozando. Así empezó en la
casa de los Salcedos la vida de Esclavitud. Como nada sabía, ni siquiera cerrar
una puerta, todos la insultaban. Damiana y las dos niñas la llamaban estúpida,
gaucha, cerril. Le decían que parecía una vaca y le preguntaban si no estaba
lela. Todo la asustaba. La primera vez, el dia de su llegada, al anochecer, que
vio encenderse la luz eléctrica, dio un grito. Lo mismo hizo cuando oy6 sonar
el teléfono. Los demás se reían y burlaban de ella sin la menor compasi6n ni
caridad. Don Cosme era el inicio que no la trataba mal. Ella not6 que Damiana,
delante del señor, no le pegaba ni la insultaba. Porque le pegaba, y lo mismo
hacían la niña Rosa, de diecisiete años, y la niña Teresa de trece. Las dos
niñas, de lejos, le sacaban la lengua, le hacían caras de asco o desprecio. La
abuela solía darle consejos aburridores. Y el niño Juan Cosme, que no le pegaba
ni se burlaba de ella, le toc6 mas de una vez la cara, al encontrarla sola. Al
principio, rompi6, sin querer, algunos objetos: un plato, una taza, dos o tres
copas. Damiana, a cada cosa que rompía, le propinaba….