Mostraba situaciones cómico-dramáticas de una típica familia extensa
argentina de clase media (con hijos en ascenso social) cuyo
patriarca era de ascendencia italiana que se reunía cada domingo a comer ravioles (la
típica raviolada dominical argentina) o sino el también típico
dominical asado o , si no los tallarines caseros "hechos
por la nona (abuela)"; aunque el patriarca era evidentemente un
"tano" (en lunfardo: italiano o inmediato descendiente de
italianos) su esposa parecía ser acaso criolla o de orígenes quizás
españoles aunque habituada por la intimidad y el amor a preparar pastas;
los hijos, hijos o hijas políticos y políticas (hijo o hija político/a es el
pariente que un padre tiene como yerno o como nuera) los hijos
de los hijos es decir los nietos y bisnietos etc y sobrinos de este matrimonio
(era común en la primera mitad del siglo XX que cada matrimonio tuviera muchos
hijos siguiendo el refrán "todo hijo trae un pan bajo el brazo", pese
a que en la ciudad de Buenos Aires ya a inicios de siglo XX hubo una especie de maltusianismo generalmente
no consciente debido a la búsqueda de ascenso social que privilegiaba un "hijo
dotor" - un hijo diplomado universitario en una "carrera"
lucrativa y prestigiosa en lugar de varios hijos "pobres") así en Los
Campanelli los hijos estaban casados (tal como era bastante frecuente en la
realidad) casi siempre con argentinas o argentinos de otros orígenes. Aunque
era sintomático que la familia Campanelli pareciera concluir en hijos
e hijas jóvenes, unos ya casados y otros con propensión a la soltería y a
cierta propensión a la promiscuidad (presentada como picardía, estos eran los personajes
actuados por Santiago Bal -que parecía reproducir a un Isidoro Cañones- y
por Liliana Caldini que era la bella joven rubia y de ojos claros de veinte
años recién cumplidos que siempre estaba inocentemente ubicada en situaciones
sexuales algo comprometidas, ambos muy jóvenes -hijo e hija- abusaban de la
confianza del padre al relatarle sus andanzas en una jerga contemporánea
desconocida por el padre y que engañaba al padre anciano que suponía entender
las trapizondas "explicadas" por estos hijos creyéndolas buenas e
inocentes acciones, por ejemplo ante el vivillo hijo menor el padre
inocentemente creyendo que le habían relatado una buena acción le respondía en cocoliche:
"¡É un ányelo, non vuola per que é picchione!" es decir: "¡es un
ángel, no vuela porque es pichón!" ) y sin embargo algo es muy
sintomático: que en esa familia de clase media no aparecieran niños o
niñas que indicaran la proyección exitosa de esta familia extensa en más nuevas
generaciones.
Cada unitario de la serie semanal (que poseía un enorme ratings)
poseía el esquema de una pareja patriarcal matriarcal ya prácticamente anciana
de padres que congregaba mediante el amor a sus hijos e hijas (sanguíneos o
políticos), sin embargo entre estos hijos (esta segunda generación de
argentinos Campanelli) se producían rivalidades: comenzando por la rivalidad en
la búsqueda de quiénes eran los preferidos por los padres; seguida por la
rivalidad de quiénes habrían alcanzado mayor "status" -lo de mayor
"status" se suponían los preferidos por los padres y lo hacían notar
desdeñando a los de "menor status"-, esto llevaba a que la reunión
familiar que se iniciaba con cortesías forzadas entre los parientes de la segunda
generación paulatinamente, mientras se esperaban los ravioles o los tallarines
hechos a mano por la madre, comenzaran a disputar por nimiedades, malos
entendidos o por el éxito logrado en la sociedad.
Esta "eterna batalla familiar" terminaba a la hora del
almuerzo cuando Don Carmelo, el patriarca familiar proclamaba
con fuerte acento italo-argentino (cocoliche): "¡Basta! ¡non quiero oire
ni el volido de una mosca!", luego cuando los comensales en la gran mesa
se calmaban el mismo patriarca estimulado por la matriarca se expresaba alegre
y casi nostálgico, abrazando a su esposa en la cabecera de la mesa decía sonriente:
"¡Qué lindos son los domingos!...¡No hay nada más lindo que la familia
unita!". (Esto se supone era dicho con convicción por el personaje actuado
-"Don Carmelo"- pero dado que se trataba del guión de una ficción
parece notarse una especie de sarcasmo por parte de los guionistas
que se expresaban en tales dulces frases).
No faltaba un cierto autoritarismo de parte del patriarca (y
solapadamente, de la dulce matriarca) sin embargo el conflicto era solucionado
de un modo persuasivo, apelando siempre al cariño, el consenso dado por el sentido
común (aunque el sentido común puede ser falaz), a la solidaridad mutual y
a la sabiduría de los ancianos, es decir de un modo bastante batjiniano (aunque
los autores de esta serie quizás nunca hubieran leído a Bajtin).